Señora de mis Abismos
La tempestad que ha desatado tu marcha ha devastado el paisaje en el que habito. La niebla apenas deja pasar la luz, lo impregna todo de tristeza, de frustración. Calado hasta la médula, este dolor ingobernable muerde incesante, sin permiso, sin piedad.
Las ruinas de tu templo, del que un día fui devoto.
Nunca había sufrido tanto durante mi proceso creativo. Nunca antes había sentido la necesidad imperiosa de huir de mi estudio, que siempre ha sido mi santuario, de escapar de la cárcel en la que se ha convertido mi cabeza.
La magnitud de este dolor es únicamente comparable a la profundidad con la que te amé.
María, tengo tu luz eternamente grabada en mis retinas.
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